Mi querido viejo: estoy seguro que tú, como millones de seres en el mundo, tienes en el recuerdo una melodía, una canción, un trozo de música, una aria de ópera, etcétera, que está de tal manera metida en el corazón, y asociada a situaciones amables, alegres, simpáticas, jocosas, sorpresivas, amorosas, etc., que cuando la recuerdas vienen a la mente el acontecimiento, la persona con la que escuchaste esa canción, y mil y un detalles que surgen al oír las primeras notas.
Eso es muy bien conocido, porque el cerebro parece tener una receptividad especial a los sonidos musicales, y sabemos que aun los animales, desde los delfines hasta los elefantes, reaccionan mucho más a la música que a las palabras.
¿Por qué te comento esto, querido viejo?, porque mientras más años acumulamos en el calendario, más profundos son nuestros sentimientos respecto a la música, y no por eso aceptaré que nos llamen “sentimentales”, sino “sensibles” a la música y todo lo que ella encierra.
¿Por qué sentimos más profundamente la música?, precisamente porque a nuestras edades, nuestros recuerdos forman una parte importante de nuestro día; y no quiero decir con esto que vivamos en el pasado, (recuerda que la frase “en mis tiempos” es una mentira y una falsedad, porque nuestros tiempos son también los que vivimos hoy), pero no me dejarás mentir que, cuando oyes los acordes de una música que cantaste cuando enamoraste a tu primera novia, o la música con la que bailaron tu compañera y tú en su boda, o las canciones de cuna que cantaste a tus hijos, los recuerdos florecen uno tras otro y nos dan momentos muy gratos, no vivimos en el pasado, pero nuestro pasado es tan rico en experiencias, que vale la pena recordarlo de cuando en cuando.
¿Por qué te digo esto?, porque en casa hemos vivido en estos días la partida de una amiga entrañable de Alicia, Patricia Valle, con quien convivió desde que ambas contrajeron matrimonio y comenzaron su vida de casadas; esa amiga, noble y buena, diseñadora y artista, comerciante esforzada, vivió una enfermedad con la entereza admirable y, aun sabiendo cómo evolucionaba su mal, siguió adelante con una sonrisa en los labios hasta que falleció hace unos días.
Y Alicia sufrió con ella, la acompañó y la estimuló todos los días y, ahora que ya no está, encontró una melodía brasileña, de la época en que celebraban alegres la vida, que le trajo a la memoria no sólo la música, sino todo lo que en aquel entonces vivieron, celebrando la vida en plena juventud. La música de bossa nova le trajo a Alicia un consuelo especial, una tranquilidad que los mejores discursos no pueden lograr, ésa es la inolvidable música para el alma, y ésa es la que debemos tener en la mente en momentos como ése.
Por supuesto, no quiero decir que no haya dolor; toda pérdida causa dolor, que es más profundo cuanto más cercana era la persona que se fue, pero la música para el alma puede aminorar ese sentimiento, dulcificarlo y hacerlo más tolerable.
Cierto, todos vamos a morir; cierto, por lógica, los viejos estamos más cercanos de esa fecha que los jóvenes, pero creo que todos debemos analizar con serenidad lo que puede ocurrir cuando llegue el momento.
Y vale la pena pensar un poco, cómo nuestra salud y nuestra forma de vivir es la que decidirá la forma como terminará nuestra vida; en ese sentido, no podemos engañarnos, porque sabemos que nuestra salud depende de nosotros, de la forma en que vivimos, cómo comemos, qué ejercicio hacemos, qué amigos tenemos, cómo socializamos en estos años, qué música escuchamos, y qué tanto sabemos nuestros “números”: peso corporal, presión arterial, pulso, estudios de laboratorio y gabinete, etcétera, si cuidamos nuestro cuerpo viviremos más y mejor, y siempre con alegría, tendremos en la mente música para el alma para esos momentos especiales.
Autor: Rafael Álvarez Cordero
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