Llegó a Caracas la muestra itinerante de la Bienal Iberoamericana de Diseño (BID), organizada por la Fundación Diseño Madrid (DIMAD) con el apoyo de la Oficina Cultural de la Embajada de España en Venezuela. Inaugurada el domingo 7 de julio en la Hacienda La Trinidad, la exposición estará abierta al público hasta el 1 de septiembre. Cada dos años, en la Central de Diseño de Matadero en Madrid, se lleva a cabo la edición general en la que se exhiben proyectos de once categorías creados por artistas y profesionales de España, Portugal y de diferentes países de América Latina. Luego, se inician las exposiciones individuales de cada país. La edición para Venezuela recoge una selección de los premios y menciones nacionales de la BID 2018, además de incluir la totalidad de los proyectos de participantes venezolanos de las ediciones de 2014, 2016 y del propio 2018.
Ignacio Urbina Polo (Caracas, 1963) es miembro del Comité Asesor de la BID y curador, en colaboración con Álvaro Sotillo, de la exposición en el país. Tiene más de treinta años de experiencia como diseñador industrial y es magíster en Diseño de Producto por la Universidad Federal de Santa Catarina de Florianópolis (Brasil). Ha desarrollado su trabajo en diferentes países: México, Colombia, Japón y, por supuesto, Venezuela. Desde 1995 se dedica a la docencia y a la investigación; suele dictar cursos de Diseño Industrial en el Pratt Institute de Nueva York.
¿Cómo fue el proceso de armar la exposición reuniendo varios tipos de diseño en un solo lugar?
El proyecto de la Bienal comenzó en 2007 cuando Manuel Estrada, Premio Nacional de Diseño de España, y Félix Beltrán invitaron a un grupo de veintidós diseñadores de Iberoamérica. Ese año se constituyó el comité asesor. Yo no soy el curador de la Bienal y, además, miembro de ese comité. La Bienal opera en Madrid bajo mi dirección. Procedemos del siguiente modo: se hace una convocatoria abierta a todos los países; los miembros del comité nominan algunos proyectos mientras que otros se inscriben libremente. Una vez armada esta última edición, en la que recibimos tres mil proyectos, se nombró un jurado internacional de altísimo nivel, integrado por la curadora del Salón Satélite de Milán, Marva Griffin, y el fundador del Instituto Europeo de diseño de Milán, Carmelo di Bartolo, entre otros. Hecha la selección, se presentaron cuatrocientos proyectos en sala y se otorgaron los premios. Eran veintidós países y once categorías. El jurado entrega premios y menciones a los mejores proyectos con el patrocinio de varias instituciones y empresas. También se entregan premios a la innovación, a los nuevos conceptos o a productos específicos. Una vez que se da la edición de Madrid, se hacen versiones pequeñas para cada uno de los países que han participado. Siendo yo el curador de Venezuela, decidimos que todos los premios y menciones de la edición 2018 se exhibirían –más de cuarenta y seis proyectos–, como también todos los participantes de las ediciones de 2014, 2016 y 2018.
Hay dos momentos. El primero es la propia Bienal, el evento grande que se hace en Madrid, donde el comité asesor participa en la puesta en escena. Se contrata una compañía que hace ese trabajo, pero nosotros damos las grandes líneas, las cuales, por cierto, han evolucionado; antes se agrupaban las propuestas por categoría: diseños de producto, de comunicación visual, de diseño de interiores y demás. Eso implicaba algunos pros y contras. La última vez lo hicimos por naciones, de ese modo los visitantes podían decir: “esta es la producción de cada país”. La ventaja era que el espectador podía conocer lo que se hacía en cada uno de ellos; la desventaja, la relación de las escalas: El Salvador, Honduras, Cuba, y ahora Venezuela, tienen pequeña participación al lado de México, Brasil, Argentina y España, que evidencian una industria importante. Pero ese es el reto de la Bienal Iberoamericana: mostrar que todos pertenecemos al mismo bloque y que, por supuesto, somos diversos pero compartimos una identidad. En eso estamos trabajando.
El segundo momento corresponde al montaje –con base en los mismos criterios de la Bienal y de la curaduría– en algunos países, como ésta que presentamos aquí. En una sala están los premiados y los mencionados; en la otra, incorporamos los proyectos de los diseñadores venezolanos de las tres ediciones anteriores. Nos parecía interesante mostrar junta la producción de Venezuela.
¿Por qué consideran que en Venezuela hay poco espacio para la difusión del diseño?
El problema de la difusión del diseño no es nuevo; es un fenómeno que vemos en muchos países. Aquí no hay categorías específicas en medios especializados, a diferencia de lo que ocurre en las naciones más industrializadas. Siempre hemos carecido de impacto en los medios. Hoy, gracias a las redes, individuos e instituciones tienen mecanismos para difundirse, lo cual permite que haya más presencia. Pero los medios influyen mucho y ya aquí no quedan medios grandes. Los que tenemos generalmente hablan de diseño en secciones de variedades, entretenimiento o artes. El diseño ha nacido de tres áreas académicas: arquitectura, ingeniería –donde manda la eficiencia– y las bellas artes. En cada una de estas áreas, el diseño se manifiesta de diferentes maneras, cada una con sus especialidades, y eso varía según la escuela. Como se ve, es un área muy grande. En definitiva, hay que hacer entender al público y a otros profesionales que los temas de diseño no se corresponden con las sesiones de entretenimiento, variedades y artes de los medios clásicos impresos. Hay que darles su puesto en los espacios dedicados a cultura, negocios e innovación.
¿Cree que es un error separar la función práctica de la función estética?
Esa discusión suele presentarse cuando se considera al diseño un campo de conocimiento: la típica tensión entre estética y utilidad. Hoy día eso no tiene sentido, pues el asunto trascendió a algo de mayor jerarquía, digamos; tiene más que ver con la eficiencia –con la funcionalidad y los temas técnicos– y con la belleza en términos filosóficos, lo cual se relaciona con la percepción, con la gente, con lo humano. Así, ambas funciones –lo práctico, lo estético– deben estar al mismo nivel. En países con situaciones sociales de crisis como éste, esa separación obliga a hacer objetos técnicos, cuando en realidad necesitamos belleza que contenga técnica. Un producto feo no funciona, aunque sirva. Un vehículo de alta velocidad es bello por su belleza física y porque corre a trescientos kilómetros por hora. Hay belleza en la funcionalidad. En los años ochenta se hizo famoso un objeto hecho por Tucker Viemesister –fundador de Smart Design, en Nueva York–: un pelapapas con mango de goma. Fue construido para personas con discapacidad y terminó convirtiéndose en icono de su empresa: Oxo. El diseño se hace para resolver situaciones extremas, pero acaba siendo un producto para el público general.
¿Percibe algunas tendencias o actitudes comunes en el diseño venezolano?
El diseño se mueve por el contexto. Se generan tendencias debido a las dificultades presentadas en momentos específicos. Si hay problemas para obtener materiales, los diseños irán destinados al reciclaje. Si hay problemas con la comunicación, los productos harán énfasis en ello. Más que tendencias, es un asunto relacionado con la manera en que el diseño se ocupa de los problemas. Es una disciplina y un campo que trabaja para el futuro. Hemos visto muchos proyectos de artesanía y diseño o de reciclaje y diseño en Venezuela debido al alto costo de los materiales. Se trata de una forma de resolver dificultades presentadas al momento de abordar el trabajo.
¿Considera que el diseño debería ser una asignatura básica en el bachillerato?
Hay proyectos de inserción del diseño en primaria y en secundaria como materia escolar en Suecia, Italia o Estados Unidos. Hay una necesidad de difundir esos conocimientos antes del ingreso en la universidad para que los alumnos perciban los cruces entre la técnica, la estética y la cultura. Si formamos las próximas generaciones con base en esos tres vértices les daríamos herramientas para que se desempeñen mejor en todas las áreas: belleza, funcionalidad y cultura. Uno estudia matemáticas en bachillerato que, al igual que el diseño, tiene esa potencia de ser general y universal. Advierto que no estoy diciendo que las matemáticas resultan iguales que el diseño. Si aquí brindáramos la posibilidad de instruir a los bachilleres también en diseño, se entendería mejor la construcción de las ciudades, el consumo, la sustentabilidad, la abundancia y la escasez. Sería un importantísimo cambio cultural. En Caracas las intervenciones urbanas deben acercar más a la gente a través del mobiliario urbano, la comunicación y todos los objetos que tocamos y vemos en la calle. Cuando hablamos de experiencia en la ciudad no solo hablamos de arquitectura y urbanismo. Nuestros autobuses no se diseñan acá, por ejemplo, y en muchas ocasiones son usados con propósitos distintos para los que fueron concebidos. Se traen modelos que no fueron diseñados para estas situaciones topográficas o ambientales; eso genera muchos problemas.
La gente no sabe lo que es el diseño: se trata de una definición elástica que no ha terminado de constelarse; en esencia, esa es su definición: siempre está cambiando. El diseño tiene, pues, la naturaleza de no estar definido. Me gusta decir que el diseño es todo lo que podamos tocar. No hace tecnología, la pone en la mano de la gente. Aquí hay exponentes de todas las áreas. Y lo más interesante: tenemos un alto nivel de diseño en las cosas que producimos. Eso es lo que queremos transmitir con la muestra.
¿Por qué el público venezolano debería asistir a la Bienal?
Una de las premisas que perseguimos es situar el diseño en el contexto de lo que vivimos como país. Los espacios son cada vez más difíciles para todas las áreas. El diseño no tiene la exclusividad de la crisis. Sin embargo, esto no impide que encontremos nuevas direcciones para el diseño, espacios que aún no han sido visitados. No hay fórmula, pero como siempre andamos buscando respuestas, esas respuestas vienen del contexto. Es necesario observar la participación de los diseñadores para mirarnos en sus espejos, ver lo que hacemos, dónde están nuestros diseñadores y qué están haciendo. Buena parte de ellos ya no vive aquí, pero están agrupados como venezolanos y eso lo tenemos que capitalizar.
Autor: Diego Alejandro Torres Pantin
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