En “Te acuerdas del mar”, el autor colombiano lleva a la ficción el escenario social del posconflicto con la guerrilla en su país.
Mientras en Colombia se multiplican las repercusiones y los saludos cruzan medio continente hacia su teléfono celular que no deja de sonar en Buenos Aires, Óscar Godoy Barbosa comienza el día siguiente a la obtención del Premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires sometiéndose a una sesión de fotos. Posa con simpatía y, en las pausas, cuenta que ha recibido felicitaciones de sus estudiantes, que sus excolegas de la prensa lo esperan para entrevistarlo y que la noticia ha salido incluso en la televisión. Todo ese agitamiento, que narra entre incrédulo y divertido, no parece alterar su tono sereno. Una templanza con la que da cuenta de su vida y de este libro, Te acuerdas del mar, sobre la violencia armada, protagonizado por dos hombres enfrentados que, sin embargo, se acercan de manera impensada. “Hubo un momento en que me quedó claro que esta novela podía retratar varias situaciones de la violencia colombiana poco abordadas”
Godoy Barbosa hace lo que más le gusta: escribir y enseñar a escribir. No siempre fue así: formado en periodismo en la Universidad Externado de Colombia de Bogotá, supo desde chico que lo suyo era la literatura “pero era más fácil convencer a mi padre de las posibilidades de la carrera de Periodismo que de la de Filosofía y Letras”, cuenta entre risas. Así es que, aunque las historias estaban ahí, debieron compartir tiempo con su trabajo como periodista especializado en Economía en los diarios La República, El Nuevo Siglo y La Prensa, y las revistas Negocios, Diners, Hombre, La Nota Económica y Conozca Más, entre otras.
Con los años, varios premios a sus cuentos y a una novela le dieron ánimo. Y algunas casas de estudio le ofrecieron trabajo como profesor. En ese momento, decidió dar el salto: adiós a las cifras; hola a la ficción. Desde 2000, es profesor de creación literaria en la Universidad Central de Bogotá. Este sábado tendrá que faltar a su clase, pero es por una buena causa: el Premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires lo retiene unos días más en Argentina. Aún tiene entrevistas por delante, como la que mantuvo en la mañana del jueves con Clarín, primero en la Biblioteca Parque de la Estación y luego en la Biblioteca Miguel Cané.
– Te acuerdas del mar está protagonizada por dos hombres que fueron parte en la violencia armada aunque desde bandos opuestos y una jovencita que es hija de guerrilleros. ¿Cómo ideó esos personajes?
– A diferencia de mi libro anterior, Once días de noviembre, que fue una novela que tuve planeada muy bien ya que desde el puro comienzo tuve la claridad sobre los personajes y sobre lo que iba a pasar, en Te acuerdas del mar todo se fue aclarando muy poco a poco. Sí tuve unas nociones iniciales, por ejemplo, la idea de un viejo que agoniza en una sala de hospital. Pero luego otros elementos llegaron de manera distinta. Por caso, una vez, escuché a una muchacha que era hija de militantes de un grupo guerrillero de los años 80, y contaba que ella se encontraba de vez en cuando con los amigos de sus padres y los veía todavía viviendo como si estuvieran en la clandestinidad, escondiéndose, mirando hacia atrás en la calle o cambiando de ruta para no ser seguidos. Y ella decía: “Es que esos hábitos de la clandestinidad no se quitan ni se pierden, eso se vuelve una parte de la vida”. Para mí, esa fue la pequeña chispita: esas personas que ya se desmovilizaron, pero a las que el pasado las tiene formateadas. Por lo demás, fue un proceso bastante sorprendente el que me llevó a estos personajes, no tuve claridad sobre ellos sino en el curso de la escritura. Y ese es justamente uno de los encantos de escribir.
– Esos dos hombres no se conocen y comienzan a conversar en la sala del hospital en la que están internados. Uno de ellos tiene una historia muy oscura que se irá revelando hacia el final de la novela y que resulta perturbadora para quien lee. ¿Cómo pensó ese cambio?
– Esa es justamente una de las sorpresas que me dio la escritura. Yo tenía la idea de que este personaje tenía un pasado, pero no tenía claro de qué tipo podía ser y fue escribiendo que caí en cuenta de que él podía representar otras cosas de la historia reciente de Colombia. En el puro comienzo de la escritura, no tenía muy claro quién era él, pero cuando llegué a ese punto me di cuenta de que ahí había otro personaje que se podía desarrollar mucho más y con unos alcances que no imaginaba antes.
– Esa historia tan cruel no está en el guerrillero sino en un integrante de otro tipo de fuerzas, más ligadas al Estado. ¿Representa esto su propia mirada sobre el conflicto armado?
– No necesariamente. Hubo un momento en que me quedó claro que esta novela podía retratar varias situaciones de la violencia colombiana poco abordadas. Por eso, no me parece oportuno que se asocie la trama con las FARC: yo no quería que se identificara plenamente con nadie porque esto pudo pasar en cualquier momento, de hecho, en la historia colombiana ha pasado varias veces que amnistías y acuerdos de paz terminan en el asesinato de los amnistiados. Ese ha sido un leitmotiv en nuestra historia y es muy triste. Por eso yo quería, de alguna manera, aludir a todo eso que ha pasado reiteradamente en Colombia. De hecho, estamos otra vez en lo mismo.
– Hay otros dos personajes. Por un lado, Diana, hija de guerrilleros. Y por otra, Betzabé, nieta de Don Luis. Una misma generación que ignora lo que sucedió antes. ¿Por qué Diana puede reconstruir su historia y Betzabé no?
– Betzabé y Diana forman parte de las generaciones que sufren las consecuencias del conflicto pero que no están enteradas de nada, no saben qué es lo que hay detrás de ellas. Y eso es lo que pasa con muchas generaciones actuales en Colombia y en el mundo. Pasados los conflictos, los jóvenes llegan ignorando lo que ha ocurrido antes. Entre ellas, Diana tiene conciencia de lo que pasó y puede descubrir qué es lo que sucedió con su madre, pero Betzabé no: ella fue criada por su abuelo y él no iba a contarle nada de lo que había hecho. Solo el lector sabe esa parte de la trama.
– De ese modo, quien lee se transforma en una especie de cómplice involuntario del criminal: ¿por qué?
–Esa es otra parte que la literatura colombiana no ha trabajado suficientemente, la de la violencia de los años 50. Entonces, en Colombia no se trataba de un enfrentamiento entre extrema derecha y extrema izquierda, sino entre liberales y conservadores, los dos partidos tradicionales que se enzarzaron en una guerra civil que arrasó al país después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, candidato presidencial disidente del Partido Liberal en las elecciones de 1946 y defensor de causas populares. Su asesinato produjo enormes protestas conocidas como el «Bogotazo» y el inicio de un periodo sangriento. Lo que cuenta la novela pasó en esa época: para la iglesia católica y para el partido conservador, que estaban en el poder, los liberales eran el enemigo a desaparecer en sentido literal. Entonces, organizaron incursiones armadas en muchos pueblos liberales y se encargaban de matar a todo el mundo.
– ¿Lo inquieta el modo en que se va a leer la novela en Colombia?
– No, yo creo que estas cosas hay que hablarlas. Hace falta enfrentar estos temas, mirarnos a nosotros mismos. Y esas son las cosas que puede propiciar la literatura. Y no solo en Colombia: la violencia se ha vivido en otros lugares del mundo, aquí mismo en la Argentina. Y supongo que este tipo de personajes puede existir aquí también. Por eso, me interesa de la novela que no se vuelva una cosa local, la pienso y la interpreto como algo universal.
Autor: Débora Campos
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