Enrique Larroy. REINCIDENTE

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En la sala Goya, Larroy (Zaragoza, 1954), coloca “Horizontes basura”, que ocupa un muro de algo más de 22 metros, donde las pinturas sobre papel se combinan y superponen a un gran zócalo pintado en colores lisos de tonos pastel sobre el muro. ¿Qué sucede aquí? En los últimos años ha dado una vuelta de tuerca que tiene que ver con una especie de economía formal, quizá vinculada al espíritu de los tiempos; unos tiempos que nos han hecho entender que la ausencia del gasto es un lujo, que el dispendio en cualquier ámbito de la vida no nos proporciona más placer ni nos hace más pletóricos, que la opulencia debe estar en las ideas y no en los recursos materiales que se emplean para encarnarlas. De manera que el pintor se plantea insistir en su discurso reutilizando materiales descartables, o descartados en momentos anteriores. Restos de papeles de periódicos o de suplementos culturales, cintas con residuos de pintura que en otras obras habían cumplido la función de ocultar o proteger una zona de las pinceladas de color, restos de materiales de impresión, cosas, en fin, cuya vida ya había concluido por cumplida su misión… A esos materiales les ha dotado de una nueva misión: reorganizar espacios, dividir, compartimentar, incluso protagonizar algunas superficies al ser colocadas en lugar protagonista. Ya en su exposición del Centro de Arte Caja Burgos (CAB) aisló materiales de desecho en una particular instalación o ejercicio ‘instalativo’, titulada “Varios problemas una solución”, como si se tratase de una declaración de intenciones de lo que iba a venir, de una, hasta cierto punto, nueva etapa.

¿Etapa? Creo que no es este un buen término para hablar de los diferentes momentos de su trabajo. Pero sigamos el recorrido. Aparecen a continuación las dos series de “Pantallas”, agrupadas en dos grandes trípticos, emparentados por la reutilización, como soporte, de nylon del usado en serigrafía, y con restos de emulsiones y de pintura que aparecen colocadas del revés, basura industrial, elementos reciclados con mínimas intervenciones posteriores y un cierto aire de fragilidad. Un poco más allá “Imagen simplificada de la realidad”, una obra de 2009, que convive con “Proceso de Imagen simplificada”, una serie fotográfica donde nos muestra justamente el proceso de su desarrollo en una especie de ‘striptease’ de su modo de trabajar que nunca antes había enseñado en Zaragoza, y donde los papeles de periódico muestras en ocasiones y parcialmente titulares y artículos que hablan de algunos de sus intereses e inquietudes artísticos e intelectuales.

En la sala Saura, tras “Pantalla Mikado”, nos topamos con “Chapa y lunares” (2014-2019) que nos remite a esa querencia tan suya donde la apariencia de escueta intervención de raíz entre minimal e industrial de las chapas de aluminio (esmaltadas en colores lisos e intensos) convive con el descaro de los óvalos sobre lienzo que rompe la ilusión de discurso de cualquier analista. Para más ironía, la parte inferior se despega ligeramente de la pared formando un ángulo con ella, única parte esta de pintura digital sobre lienzo y donde reaparecen los sempiternos lunares, pero distorsionados en esta ocasión. Sobre esta pieza ironizaba Larroy diciendo que era lo más cerca que una obra suya iba a estar de una escultura.

“Paisaje inacabado. Régimen abierto” introduce otra novedad en el trayecto de sus exposiciones. Si antes las imágenes fotográficas nos mostraban el proceso ahora se detienen en una casa tipo, abandonada en un páramo, especie de no lugar donde esa construcción inquieta. Se ha detenido no sólo en su forma exterior, también en los restos de su interior, habitaciones pálidas que no sugieren haber sido vividas, más bien parece una casa varada sin apenas historia. Sin pasado y sin futuro.

De este conjunto saltamos a otro radicalmente diferente como es el ya comentado (en otras versiones) “Insistentemente mareados” políptico, llamémosle móvil, inquieto, que pudimos ver en algunas exposiciones anteriores y que en cada presentación adquiere variaciones con los mismos, y algunos nuevos, elementos. Diecinueve piezas integran este mural que ahora se dobla en ángulo recto para ocupar paredes contiguas. Aquí encontramos de nuevo esa faceta de Larroy que me atrevería a calificar de alegría de vivir –o alegría de vivir a la fuerza–, donde conviven referencias y radicalidades varias. Desde las degradaciones de pintura que parecen hechas con aerógrafo –y que en realidad son impresiones digitales– a las circunferencias concéntricas y espirales que recuerdan a los mencionados ‘turbocaracoles-rotorrelieves’ o las superficies más pop donde sobre colores lisos se multiplican los pequeños, o no tanto, círculos blancos u óvalos de diferentes intensidades. Una multiplicidad de pinturas e impresiones que en su despliegue se desplaza ligeramente de todos los planos, tanto horizontales como verticales, y que permiten la circulación del aire entre ellos. Otra vuelta de tuerca.

Tras las barras verticales o ligeramente inclinadas del lienzo “Sin título, todavía” (2019), nos despide “Transeúnte (pantallas 8 y 9)”, del mismo año. Ocupa nada menos que 15 metros de largo por tres de alto. Es la más extraña y sutil de las obras aquí reunidas. Se trata, de nuevo, de dos de los soportes de los que hablábamos al principio, dos pantallas de serigrafía de 155 cm por 200 cm que aparecen como enlazadas por escuetas líneas amarillas y negras pintadas directamente sobre la pared.

Es evidente que la novedad en las obras recientes de Larroy, en este caso especialmente “Horizontes basura”, viene marcada por esas utilizaciones de los desechos que, como en el caso de la cinta de carrocero, han servido en otros momentos para resguardar zonas de la pintura, y que ahora son utilizadas para organizar la imagen, pasando a un primer plano. Digamos que estos residuos han sufrido un proceso de estetización, fundamentalmente por el papel protagonista que ahora Larroy les concede. Pero, en el fondo, esta exposición nos ofrece un ‘continuum’, un relato de cambios graduales, de evolución no planificada pero si argumentada y, diríamos, ajustada a necesidades. La pintura de Larroy sigue situada en esas líneas de fuerza que tienen que ver con la ausencia de jerarquía en sus cuadros y que no se refiere tanto a qué dice el cuadro sino a cómo, y donde las piezas que organizan el puzle visual no hablan de imponer y ceder, de qué cosa, qué elemento adopta cada papel, como en un juego que huyera tanto de quién manda como de quién obedece. Mucho se ha hablado del azar en su obra (me incluyo), de cómo lo impensado se cuela de repente en sus composiciones y se acaba articulando a veces a base de crear fricciones extrañas, ese es uno de sus mayores atractivos, esa acidez que nunca se acaba de localizar en esas formas abstractas y que tan fácil resultaría hacerlo en la representación realista. Otro tanto sucede con el concepto de error, y digo concepto porque cuando funciona y se integra deja de serlo para convertirse en otra cosa que no se me ocurre como llamar… El propio Larroy decía en una entrevista: «[…] a mí me interesa la pintura que aprovecha los errores, que propicia y disfruta del juego y de la sorpresa, que hace del azar parte de su condición. No hay nada más aburrido que pintar un cuadro predestinado».

Conviene detenerse en el título que ha dado a esta exposición: “Reincidente”. Cuando me habló, hace unos meses, sobre cómo pensaba denominar esta nueva «puesta en escena», no me detuve en el asunto. Ahora entiendo mejor esta decisión. Ciertamente Larroy reincide en el color, en la pintura, en sus dudas y errores, insiste en obras anteriores, en los desechos de otros trabajos, reincide en su discurso… Su pintura tiene mucho de trama y de red, superpone, oculta, plantea un ejercicio de desciframiento, hay algo en ella de irresoluble, no hay certezas, el espectador no encuentra un punto al que agarrarse. Cada obra suya, cada pieza que se despliega en los muros, desbordada, inundando el espacio, interroga la percepción del espectador, lo coloca contra la pared. Todo resulta inestable y, a la vez, perfectamente construido, fondos calculados, geometrías superpuestas, planos que se entremezclan haciendo imposible separar fondo y superficie, dónde acaba un elemento y comienza otro. Trampas para la visión. Sus papeles, lienzos, imágenes digitales, se convierten en una arquitectura en duda, que se tambalea no por inseguridad sino convertida en pregunta. Esa es la manera en que Larroy entiende la pintura y nos involucra en ella, desde una cierta distancia y con altos grados de sofisticación, trasladando así una certera visión del mundo. Una visión crítica, irónica y veraz. 

Autor: Alicia Murria

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