Van Gogh y el paisaje más famoso

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Los museos han cerrado sus puertas, pero la contemplación del arte sigue abierta. Cada día, recordamos la historia de una obra que visitamos a distancia. Hoy: ‘La noche estrellada’

“Las olas de Hokusai son garras, las embarcaciones están atrapadas en ellas, puedes sentirlo”, le escribe Vincent Van Gogh a su hermano, el 8 de septiembre de 1888. Responde a Theo, que debió de quedar impactado con La gran ola de Kanagawa, la estampa que el pintor japonés publicó cinco décadas antes de este escrito. Vincent estaba en Arlés, pero ya conocía la imagen. Al pintor neerlandés le impresionaba la “sencillez” de los maestros orientales. “El arte japonés es algo así como los primitivos, como los griegos, como nuestros antiguos holandeses, Rembrandt, Hals…”, le había advertido a Theo unos meses antes de agredirse. Al poco se retrató con la oreja vendada y unas estampas japonesas de fondo. El desdichado capítulo termina en el sanatorio mental de Saint-Rémy-de-Provence, donde Vincent ingresó de manera voluntaria y en el que experimentó una calma pasajera que le permitió concentrarse en el paisaje que rodea el hospital.

Aunque define el sanatorio como “casa de fieras”, dice que el “cambio de ambiente” le ha venido “bien”. Y tanto: en una semana, en junio de 1889, pinta cinco paisajes de la Provenza esenciales en su catálogo. Dos de ellos se conservan en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva YorkOlivos con Les Alpilles al fondoLa noche estrellada, posiblemente el paisaje más famoso de la pintura moderna, y en el que el historiador británico Martin Bailey ve una relación evidente con La gran ola de Hokusai en el movimiento arremolinado del cielo, que se precipita sobre las colinas. Vincent explica que la fuerza emocional del color de Hokusai reside en su incorrección y dice compartir con el artista japonés ese recurso, aunque Van Gogh sea mucho más recargado y complicado en su técnica y en su visión de la naturaleza. La armonía de los azules, verdes y blancos –con destellos amarillos– se fragua en la pelea entre ellos. En 1941 el MoMA cambió La noche estrellada, en poder de la coleccionista Georgette van Stolk, por dos obras de Cézanne y una de Toulouse Lautrec. Era el primer Van Gogh que ingresaba en el museo neoyorquino y la prueba del interés internacional que adquiría su obra en los años cuarenta, en plena Segunda Guerra Mundial.

Un año antes de su muerte, Van Gogh se reconocía en plena actividad, como un ser absorto en su trabajo y amante de la naturaleza “de campo”. Ese año Toulouse-Lautrec pinta La toilette, pero a él le parece “más pura” su naturaleza campestre que la de los arrabales y los cabarés de París. “Los cipreses me preocupan siempre. Quisiera hacer algo como las telas de los girasoles, porque me sorprende que nadie los haya hecho todavía como yo los veo”, le cuenta a Theo en una de las cientos de cartas que se conservan, como una crónica implacable que Van Gogh terminó escribiendo para la posteridad. Su médico le permite salir durante el día a pintar el campo que rodea el centro y le dice a su hermano que está muy bien allí, que lee a Maupassant, a Zola, a Shakespeare (en inglés) y a Voltaire. Que “la vida se pasa en el jardín” y eso no le parece “tan triste”. No quiere ir a vivir a una pensión de París. Prefiere mantener su aislamiento y su calma.

Autor: Peio H. Riaño

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