Ocho cuadros que muestran cómo los libros han inspirado al arte y viceversa
“Creo que pasarán muchos años antes de que alguien pinte un cuadro formal en el que el o la retratada esté abrazando su Kindle o iPad”. Nada que objetar (o añadir) a esta sentencia con la que el librero (¡cómo no!) Ken Soehner comenta sus pinturas favoritas con y de libros en un interesante vídeo para el Metropolitan Art Museum de Nueva York (metmuseum.org/connections/books). Sí, leer es, ha sido, algo más que llevar a nuestro cerebro el significado de unos garabatos a los que alguien, a quien tanto debemos, tuvo la ocurrencia de llenar de sentido. Nació así la historia, pero ¿qué sería de las historias sin imágenes?
Los artistas han estado estrechamente conectados con los libros por la sencilla razón de que en el pasado, antes de la invención de la imprenta, eran ellos quienes los hacían, explica Jamie Camlin, ex director editorial de Thames & Hudson, en su libro Books do furnish a painting. Artistas entonces considerados artesanos de cuya mano surgieron bellísimas iluminaciones y cuyos nombres sin embargo quedaron en el anonimato, antes de que en el Renacimiento obtuvieran reconocimiento y comenzaran a competir por la gloria con los escritores… y a inspirarse en ellos: en Gran Bretaña e Irlanda entre los siglos XVIII y XIX nada menos que 2.000 pinturas e ilustraciones tuvieron como motivo alguna obra de Shakespeare, aquí se podría decir lo mismo aunque no tenemos cifras de El Quijote como motivo recurrente en las artes visuales.
Lo libros han formado parte de la vida cotidiana de las personas, y así lo encontramos como un elemento más desde los interiores de los flamencos y neerlandeses, Peter de Hooch, Vermeer, Cornelis Claesz, a los retratos profesionales de gremios, como banqueros, prestamistas… e incluso políticos, adornan con su atributo de cultura pero también de entrega y sumisión a las Escrituras, a los santos, y aparecen hasta en cafés y restaurantes, como Dinner at Les Ambassadeurs, de Jean-Georges Beraud, 1882, donde un libro reposa en la mesa de una pareja mientras degusta el vino que acompañará a la cena.
La pintura ha pintado, valga la redundancia, los libros como objeto y como sujeto, como muestra de estatus social o intelectual, vinculados a la educación o a la religión o como material simbólico. En las Anunciaciones, uno de los atributos de la Virgen María es justamente un libro, iconografía que encontramos ya en 1333 en un retablo de Simone Martini para la catedral de Siena y que se repetiría durante todo el Renacimiento, ahí están la Virgen leyendo de Giorgione o de Antonello Da Massina, o la Virgen leyéndole al niño en la Madonna Colonna de Rafael.
Unas representaciones sorprendentes para el momento histórico: una mujer leyendo. Algunos estudiosos han visto en ello una intención tanto de sometimiento (al destino establecido en las Sagradas Escrituras, libro que tiene en las manos) como de reivindicación de las virtudes de la Virgen, entre las que se encuentra su formación en un momento en que pocas personas sabían leer y escribir. Con los años la lectora se convertirá en un motivo recurrente; Elisabeth Vigée Le Brun se retrata a sí misma pintando y a la reina María Antonieta y las aristócratas del momento leyendo (la luminosa vizcondesa de Vaudreil), François Bouche ofrecerá una nueva visión de Madame de Pompadour rendida a la lectura y Manet y los impresionistas pintarán a las letraheridas en prados y bancos, cerca de las vías del tren y de palacios, en la soledad de sus casas y tendidas en jardines. Sargent en Estados Unidos y los prerrafaelitas en Gran Bretaña participaron también de esta temática, como Picasso o Matisse.
¿Una reivindicación? Sí y no. Hay autores que han hecho notar como muchas de estas mujeres lectoras parecen tener la cabeza en otro lugar, miran al infinito, están soñando… mientras que los hombres lectores se suelen asociar con sus profesiones, o son figuras históricas, o demuestran autoridad, véase desde el Demócrito de Ribera a los escolares de Rembrandt.. con algunas excepciones, como el propio Rembrandt, que pinta ancianas completamente abstraídas en la lectura en Mujer mayor leyendo, 1655, o La profeta Anna, conocida como La madre de Rembrandt, 1631. Hopper las despojó de sexo y las convirtió, como a sus hombres lectores, en hipérboles de la soledad en las sociedades modernas (People in the sun, 1960). La impresionista norteamericana Mary Cassatt también las hizo en numerosas ocasiones protagonistas de sus pinturas, pero fue más allá, mostrando a las mujeres como enseñantes y prescriptoras, en Niñera leyendo a una niña, 1895, La lección de lectura, 1901, o la entrañable Mrs. Cassatt leyendo a sus nietos, 1880. Porque existen numerosos cuadros de mujeres enseñando a leer a las niñas de la familia, como Vigée Le Brun a la suya, en el siglo XVIII, sin embargo, cuando se trata de niños son los preceptores o profesores quienes, lo hacen, curiosa, o no tanto, distinción.
Interpretaciones también para el libro como elemento de las naturalezas muertas, desde las barrocas del neerlandés Jan Lievens, recordatorio de lo efímero de la naturaleza y los trabajos humanos, a los cubistas, Braque, Gris, Picasso. El libro convertido en objeto por el que siente una “irresistible pasión” de Van Gogh, al punto de convertirse en uno de los pintores más libreros; podría hacerse todo un catálogo de las obras del holandés relacionadas con la lectura, pero también con el libro por sí mismo, desde las luminosas La pintura amarilla y Pilas de novelas francesas, en que los volúmenes abiertos se desparraman por sendas mesas invitando a cogerlos, hasta bodegones como Naturaleza muerta con tres libros, 1887, Jarrón con adelfas y libros, 1888, Bodegón con plato de cebollas (y libros, añadimos) y La lectora de novelas, 1888: de nuevo la figura femenina asociada a la lectura de ocio.
El libro lo dice todo de nosotros: cuando el surrealista René Magritte pinta La reproduction interdite en 1937, el espejo no devuelve el reflejo del hombre, pero sí la del libro. Es más real que su lector.
Autor: Isabel Gómez Melenchón,