Johnny empuñó su fusil, de Dalton Trumbo

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Tras recibir el impacto de un obús, el soldado Joe Bonham se despierta en un hospital. No puede moverse, pero tampoco ver, ni oír ni hablar. Comprende entonces que ha de hallar un medio para comunicarse con el exterior y recuperar algo de la humanidad que la guerra le ha arrebatado. Publicado en 1939, este es quizá el más duro alegato antibelicista de la literatura contemporánea. La editorial Navona publica una nueva edición de esta obra de la que Guillermo Arriaga ha dicho: «Johnny empuñó su fusil es uno de los más contundentes libros en contra de la guerra. Nos sumerge en el drama humano, duro, y a la vez lleno de ternura, de lo que significa quedar herido en el campo de batalla». 

A continuación reproducimos el apéndice, escrito por su autor en 1970, a este libro.

Once años después. Las cifras nos han deshumanizado. Con el café del desayuno leemos que 40.000 americanos murieron en Vietnam. En vez de vomitar, nos hacemos una tostada. Nuestra estampida matinal a través de calles atestadas no tiene por objeto denunciar el crimen sino llegar al abrevadero antes de que algún otro engulla nuestra parte.

Una ecuación: 40.000 jóvenes muertos = 3.000 toneladas de carne y huesos, 124.000 libras de masa cerebral, 50.000 galones de sangre, 1.840.000 años de vida que jamás serán vividos, 100.000 niños que nunca nacerán. (Estos últimos podemos ahorrárnoslos: ya hay demasiados muriéndose de hambre por todo el mundo.)

¿Gritamos en mitad de la noche cuando todo esto toca nuestros sueños? No. No soñamos con ello porque no pensamos en ello; no pensamos en ello porque no nos importa. Estamos mucho más interesados en la ley y el orden, de manera que las calles de América permanezcan seguras mientras transformamos las de Vietnam en sumideros de sangre que rellenamos cada año al obligar a nuestros hijos a escoger entre una celda aquí o un ataúd allá. «Cada vez que miro la bandera, mis ojos se llenan de lágrimas.» Los míos también.

Si los muertos no significan nada para nosotros (salvo el fin de semana del Día de los Caídos, cuando la autopista nacional se colapsa con surfistas, nadadores, esquiadores, excursionistas, campistas, cazadores, pescadores, futbolistas, cerveceros), ¿qué decir de los 300.000 heridos? ¿Sabe alguien dónde están? ¿Cómo se sienten? ¿Cuántos brazos, piernas, orejas, narices, bocas, caras, penes, han perdido? ¿Cuántos están sordos o mudos o ciegos o las tres co sas? ¿Cuántos han sufrido una amputación o dos o tres o múltiples amputaciones? ¿Cuántos se quedarán inmóviles para el resto de sus días? ¿Cuántos se han convertido en vegetales descerebrados que respiran en silencio en pequeñas y oscuras habitaciones secretas?

Escriban al Ejército, a las Fuerzas Aéreas, al Cuerpo de Marines, a los hospitales del Ejército y de la Marina, a la Dirección de Ciencias de la Salud de la Biblioteca Nacional de Medicina, a la Administración de Veteranos, a la Dirección General de Salud… y sorpréndanse de todo lo que no saben. Una agencia informa de 726 admisiones «para servicios de amputación» desde enero de 1965. Otra informa de 3.011 amputados desde el comienzo del año fiscal de 1968. El resto es silencio.

El Informe Anual de la Dirección General de Salud: las Estadísticas Médicas del Ejército de Estados Unidos dejó de publicarse en 1954. La Biblioteca del Congreso informa de que la Oficina del Ejército de la Dirección General de Salud para Estadísticas Médicas «no posee cifras de amputaciones singulares o múltiples». Tampoco el Gobierno las considera importantes o, en palabras de un investigador de un canal informativo nacional, «las propias Fuerzas Armadas, aunque saben a ciencia cierta cuántas toneladas de bombas han sido arrojadas, no pueden afirmar cuántas piernas y brazos han perdido sus hombres».

Si no hay cifras concretas, al menos empezamos a tener cifras comparativas. Proporcionalmente, Vietnam nos ha dejado ocho veces más paralíticos que la Segunda Guerra Mundial, tres veces más discapacitados totales, 35 por ciento más de amputados. El senador Cranston, de California, concluye que de cada cien veteranos que cobran una compensación por heridas recibidas en combate en Vietnam, el 12,4 por ciento son discapacitados totales. Totales.

Pero ¿exactamente cuántos cientos o miles de muertosen-vida nos da eso? No lo sabemos. No preguntamos. Nos alejamos de ellos; desviamos ojos, oídos, narices, bocas, caras. «¿Por qué habría de mirar? ¿No fue culpa mía, verdad?». Sí lo fue, por supuesto, pero no importa. El tiempo acucia. La muerte espera, incluso a nosotros. Tenemos un sueño por alcanzar, la esperanza blanca más blanca de todas, y debemos proseguir y alcanzarlo antes de que las luces se apaguen.

Hasta pronto, perdedores. Que Dios os bendiga. Cuidaos. Ya nos veremos.

D. T.
Los Ángeles
3 de enero de 1970

Autor: Dalton Trumbo

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