La poesía en el cine de Woody Allen

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En su autobiografía, publicada hace sólo unos meses, Woody Allen se muestra «asombrado» por el hecho de que mucha gente le considere un intelectual: «Es una patraña comparable a la del Monstruo del Lago Ness, puesto que no tengo ni una sola neurona de intelectual en mi cabeza», asegura. «Tampoco tengo ideas profundas ni pensamientos elevados, ni entiendo la mayoría de los poemas que no empiezan con ‘Las rosas son rojas, las violetas son azules’», añade.

Emily Dickinson.

Allen quizá peca de modestia porque, durante sus más de cincuenta años de carrera como director de cine, ha utilizado la poesía en numerosas ocasiones para reforzar el impacto emocional de algunas escenas o expresar el mundo interior de los personajes. E incluso, para uno de sus primeros libros de relatos cortos, escogió el título de Sin plumas, en referencia a este famoso poema de Emily Dickinson:

La —Esperanza— es esa cosa con plumas —
que anida en el alma —
y canta una melodía sin letra —
y no se detiene — jamás —

Y suena — más dulce — en la Galerna —
Y muy dura habrá de ser la tormenta —
para abatir a la Avecilla —
que a tantos dio calor —

La he oído en las más gélidas tierras —
y en los Mares más ignotos —
pero nunca, en su Indigencia,
siquiera un mendrugo — me pidió.

Aunque, eso sí, Allen tenía una matización que hacerle a la poeta: «¡Qué equivocada estaba Emily Dickinson! La esperanza no es “esa cosa con plumas”. Resulta que la cosa con plumas es mi sobrino. Me toca llevarle a un especialista en Zúrich».

John Malkovich y John Cusack en una escena de ‘Sombras y niebla’.

La poesía de Emily Dickinson también se escucha en los diálogos de Sombras y niebla (1991), una de las películas más personales de Woody Allen. En ella, un payaso de circo (John Malkovich) busca a su novia (Mia Farrow), una tragasables que abandonó la compañía tras descubrirle tonteando con la trapecista (Madonna). Cuando se cruza con un joven estudiante (John Cusack) que se ha acostado en un burdel con la tragasables y también se ha enamorado de ella, así comienza su conversación:

Payaso: Oh, qué lástima. Nunca somos capaces de ver cuando tenemos algo bueno. Siempre lo echamos a perder.

Estudiante: Sé exactamente cómo se siente. Ese paraíso terrenal al que llamamos ‘mujer’.

Payaso: Es todo lo que conoceremos del cielo.

Estudiante: Y lo único que necesitamos saber del infierno.

Las dos últimas frases en este diálogo están inspiradas por otro poema de Dickinson:

MI vida acabó dos veces antes de acabar;
aunque aún está por ver
si la Inmortalidad me descubrirá
un tercer acontecimiento

tan inmenso, tan imposible de concebir
como los dos que ya sucedieron.
El adiós es todo lo que conocemos del cielo,
y cuanto necesitamos saber del infierno.

Fragmento en versión original de ‘Delitos y Faltas’ en el que Alan Alda recita a Emily Dickinson.

Y en Delitos y faltas (1989), una de las mejores tragicomedias del Allen de la década de los 80, Emily Dickinson vuelve a aparecer cuando el personaje que interpreta Alan Alda decide impresionar —de manera muy pedante— al resto de comensales durante una cena recitando de memoria este hermoso poema:

Porque no pude detenerme por la muerte,
ella se detuvo amablemente por mí.
El carruaje solo nos llevaba a nosotros
y a la inmortalidad.

Avanzamos lentamente. Ella no tenía apuro
y yo dejé de lado
mi labor y también mi ocio,
por cortesía.

Pasamos la escuela, donde los niños jugaban
en el patio durante el recreo.
Pasamos los contemplativos campos.
Pasamos el sol poniente.

O más bien. El nos pasó a nosotros.
El rocío dibujaba estremecimientos y frío.
Pues solo era de gasa mi vestido,
solo de tul mi chal.

Nos detuvimos ante una casa que parecía
una inflamación del terreno.
El techo era apenas visible,
la cornisa en el suelo.

Desde entonces, pasaron siglos y, sin embargo,
los siento más cortos que el día
en que por primera vez intuí que las cabezas de los caballos
apuntaban hacia la eternidad.

El film que consagró a Woody Allen como director ‘serio’ fue Annie Hall (1977), que mereció oscars a mejor película, director, guión y actriz (Diane Keaton). Durante el primer encuentro de los protagonistas, Alvy (Allen) descubre un ejemplar de Ariel, el poemario más famoso de Sylvia Plath, en una estantería del apartamento de Annie. “Sylvia Plath, interesante poetisa cuyo trágico suicidio fue malinterpretado como romántico por la mentalidad de las niñas universitarias”, comenta él. “Ah, sí. Pues algunos de sus poemas a mí me parecen chachi”, responde ella.

Por cierto, en su siguiente película, Interiores (1978), Diane Keaton interpretaba el personaje de una poeta cuyo marido se sentía eclipsado por su éxito literario.

Hannah y sus hermanas (1986) es una de las obras maestras de Woody Allen, que volvió a conseguir con ella el oscar al mejor guion original. Se trata de un film coral, aunque uno de sus ejes es la historia de Elliot (Michael Caine), que está casado con Hannah (Mia Farrow) pero se ha enamorado en secreto de una hermana de ella, Lee (Barbara Hershey).

Un día en que Elliot se hace el encontradizo con Lee ambos acaban en una librería en la que él le regala un libro del autor norteamericano E. E. Cummings. “Leí un poema suyo la semana pasada y pensé en ti”, le dice. Ese poema se titula Nadie, ni siquiera la lluvia:

En algún lugar al que nunca he viajado,
felizmente más allá de toda experiencia,
tus ojos tienen su silencio:
En tu gesto más frágil hay cosas que me encierran
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.

Con una ligera mirada me liberas.
Aunque me haya cerrado como un puño,
siempre abres, pétalo a pétalo, mi ser,
como la primavera abre con misteriosa destreza su primera rosa.

O si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy hermosa y súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosamente por doquier.

Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de sus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.

(Ignoro tu destreza para cerrar y abrir,
solo algo en mí entiende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas.

Escena en versión original de ‘Otra mujer’ en la que Marion (Gena Rowlands) se reencuentra con los versos de Rilke.

Dos años después de Hannah y sus hermanas, Woody Allen regresó al drama con Otra mujer (1988). Es la historia de Marion (Gena Rowlands), una profesora de filosofía que alquila un apartamento para trabajar en su nuevo libro. A través de la ventilación escucha las conversaciones en el piso contiguo de un psiquiatra con una joven paciente (Hope), lo que la lleva a reevaluar su propia vida.

En una escena, Marion intenta relajarse leyendo una edición de los Nuevos poemas de Rainer Maria Rilke que había pertenecido a su madre y se da cuenta de que había rastros de sus lágrimas en los dos últimos versos del Torso arcaico de Apolo, «…porque aquí no hay un solo / lugar que no te vea. Debes cambiar tu vida». Este es el poema completo:

No conocemos la inaudita cabeza,
en que maduraron los ojos. Pero
su torso arde aún como candelabro
en el que la vista, tan sólo reducida,
persiste y brilla. De lo contrario, no te
deslumbraría la saliente de su pecho,
ni por la suave curva de las caderas viajaría
una sonrisa hacia aquel punto donde colgara el sexo.
Si no siguiera en pie esta piedra desfigurada y rota
bajo el arco transparente de los hombros
ni brillara como piel de fiera;
ni centellara por cada uno de sus lados
como una estrella: porque aquí no hay un sólo
lugar que no te vea. Debes cambiar tu vida.

Gertrude Stein (Kathy Bates) y GIl (Owen Wilson), con el famoso retrato de Picasso de fondo, en una escena de ‘Midnight in Paris’.

Allen deslizó otra sutil referencia poética en Alice (1991) al dejar en la mesilla de noche de la protagonista, interpretada por Mia Farrow, un volumen con la poesía completa de Edna St. Vincent Millay, una de las autoras norteamericanas más destacadas de la primera mitad del siglo XX. Y en Midnight in Paris (2011) hizo que Gil (Owen Wilson), un escritor falto de inspiración, viajara en el tiempo hasta el París de los años 20, donde conoció a Hemingway, Dalí, Zelda y Scott Fitzgerald y a Gertrude Stein, autora de aquel famoso verso que decía «una rosa es una rosa es una rosa…».

A pesar de todo, Woody Allen ha conseguido mantener su energía creativa y su ingenio durante más de seis décadas. Su nueva película, El festival de Rifkin, rodada en España, tiene previsto su estreno el 25 de septiembre de 2020, y ojalá pueda compartir con nosotros aún más historias en el futuro. Intención no le falta porque, como él mismo dijo en una ocasión: «Yo no quiero vivir por siempre en el corazón de la gente. Yo quiero vivir en mi casa».

Leer más en: Poética 2.0

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