Las prodigiosas memorias de Tove Ditlevsen

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Se editan en español las memorias hipnóticas de la autora danesa, cuya prosa macabra, irónica y dolorosamente verdadera vive ahora una segunda juventud

La escritora danesa Tove Ditlevsen, en una imagen de 1972, cuatro años antes de su suicidio.

“La infancia es larga y estrecha como un ataúd, y no se puede escapar de ella sin ayuda”. Con esta frase asombrosa, que bien podría formar parte de los primeros versos de un poema, comienza uno de los capítulos del libro Infancia, el primer tomo de la Trilogía de Copenhague, una suerte de memorias de la escritora danesa Tove Ditlevsen que originalmente fueron publicadas por separado: los dos primeros tomos, Infancia y Juventud, en 1967, y el tercero, Dependencia, en 1971. En España, con buen criterio, Seix Barral nos lo ofrece en un solo volumen. La lectura continuada de los tres libritos ayuda a entender la corriente de una vida compleja.

Llega a mis manos este libro de una desconocida para los lectores españoles; hipnotizada desde las primeras páginas por una prosa entre descarnada e irónica, sintética, bella en su falta de retórica, comienzo a indagar quién fue esta singular escritora nacida en un barrio obrero de Copenhague, Vesterbro, en 1917. Para los daneses no hay misterio: Ditlevsen es una de sus figuras literarias más populares, sobre todo como poeta. Sus versos viven en la memoria colectiva gracias a que muchos de sus poemas fueron convertidos en canciones consideradas ya parte del acervo popular. Es la poeta Ditlevsen una auténtica criatura del pueblo, hija de Ditlev, obrero de profundas convicciones socialistas que alguna vez soñó con ser escritor, y de Alfrida, mujer que desahoga las frustraciones que le provoca la vida miserable impartiendo a su hija una educación exenta de sentimentalismos, con el determinado afán de robustecer a la niña de cara a una vida en la que hay que espabilar para que no te pisoteen. Tove crece sabiendo que no podrá asistir a la escuela superior y que habrá de buscarse un novio que la mantenga para tener asegurado un hogar. Pero esta niña larguirucha, absorta y desapegada de la rudeza de la vecindad escribe desde los ocho años versos que a nadie enseña, porque ha escuchado a su padre afirmar que las niñas no pueden ser poetas. El temor a la burla que puede provocar la vocación literaria la conduce a fabular en secreto y crece en ella el deseo de encontrar a la persona que le ayude a perseguir su sueño. Estas vivencias infantiles inspiran una y otra vez la obra de Ditlevsen, haciéndole regresar en muchos de sus cuentos y poemas a aquellas calles de las que siempre pensó escapar.

El segundo tomo, Juventud, comienza con el ascenso de Hitler al poder; el eco de lo que acontece en Europa aparece de fondo, con la presencia ineludible de la ocupación, aunque no en primer plano. No es Tove Ditlevsen un personaje político en sentido estricto, su penetrante inteligencia está tan encaminada a granjearse un futuro, como le ha inculcado su madre, en subir siquiera ese escalón que evita la miseria, que su presencia en el avatar político se nos antoja como la de una sonámbula. La joven Tove encontraría en un viejo judío bibliófilo, el señor Krogh, a la primera persona que la considera como escritora, permitiéndola hurgar en su abarrotada biblioteca y creyéndola capaz de ambicionar un futuro literario. Un día, cuando se dirige a ver a su viejo amigo, descubre con estupor que la casa donde éste vive ha sido derruida. No volverá a verlo, pero en su memoria resonará un extraño consejo: las personas siempre quieren algo unas de otras, no existe la amistad desinteresada.

Tove se coloca en trabajos precarios, cumple desganadamente con su obligación de aportar dinero a casa y sueña con ser independiente. Sufriendo esa vida ingrata, conoce paralelamente a jóvenes soñadores como ella, que escriben, charlan, beben, bailan, se aproximan a la vida bohemia. Publica sus primeros versos en una revista alternativa y se casa con el editor, Viggo F. Moller. Aunque asciende socialmente, jamás podrá librarse de una permanente insatisfacción que vertebra su forma de ser.

Es inaudito que en todas las biografías que dan cuenta de la vida de Ditlevsen se recuerde que se casó y divorció cuatro veces, como si eso sumara atractivo a su obra literaria. Lo cierto es que estas memorias están plagadas de vaivenes sentimentales, pero no podríamos describirla como una mujer apasionada, ni tan siquiera con los hijos que va criando. En el tercer libro, Dependencia, da cuenta de su extraña relación con un médico trastornado que le proporciona demerol para calmarle los dolores de un aborto y que acaba convertido en marido y camello. A pesar de zanjar esa relación patológica, nunca se librará del todo de su dependencia de sustancias adictivas, que la arrojarán al suicidio en 1976.

La literatura de Ditlevsen había viajado poco, condenándola a ser una escritora local, pero en los últimos tiempos se ha producido un milagroso redescubrimiento. La publicación en Penguin Classics ha desencadenado una serie de entusiastas reseñas que han sacudido también el canon de su propio país, en el que Karen Blixen era la única mujer que habitaba el olimpo literario. Aunque siempre fue querida por el público, no había obtenido el aplauso de la crítica. Es Tove Ditlevsen una escritora criada en la pobreza y la conciencia de ese origen impregna toda su obra. El viejo barrio, Vesterbro, es hoy un lugar sofisticado, muy alejado de la miseria en la que ella se crio, pero cada esquina recuerda a esta autora de versos musicales y expresivos. La televisión pública danesa prepara una serie con estas memorias y se reeditan desde un pragmático consultorio amoroso que publicaba en prensa hasta sus cuentos infantiles. No cabe duda de que en el reconocimiento a su talento ha intervenido el interés de las mujeres por sacudir los cimientos de un canon fundamentalmente masculino.

Tras la lectura de estas memorias hipnóticas, a veces macabras, irónicas, dolorosamente verdaderas, se queda una durante días atrapada en el universo Ditlevsen. En justa correspondencia, no quisiera que pasara por nuestro país sin la gloria que merece.

Autor: Elvira Lindo

Leer más en: El País

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