Diario del desengaño, por Pablo Gutiérrez

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La tercera novela del autor andaluz abunda en la idea de quiebra generacional y desaliento en un ambiente pos 15M.

Si existe una literatura disponible que, en un mismo golpe de dados, sume temperamento generacional y desencanto pos 15M, Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) es uno de los jefes de expedición. Su escritura, desplegada en tres novelas y un libro de relatos, se hace sitio en una dimensión política y social del espacio narrativo. Ahí donde converge una generación y media definida por un síntoma de agravio común atizado por la crisis y distintos autoras y autores que trabajan desde un enfoque compartido: la necesidad de redefinir una identidad, un país, un modelo productivo. Algo que, además, tiene su vasta tradición como argamasa literaria.

Cabezas cortadas es la última propuesta narrativa de Pablo Gutiérrez y está en esa coordenada. Es decir, un artefacto que se presenta como una patente contra el olvido. Como una reubicación de la poesía de los ignorados. Como un daño propiciado por la ficción de las formas de vitalidad y el desgaste de la publicidad de un futuro asegurado para los que espigaron en los años 90. En España. En ciudades y pueblos de horizonte precintado después del peep show del dinero y la corrupción.

Esta novela es un diario y es una guillotina que se construye como un agravio y un desacuerdo. También como una lenta degeneración, que a ratos puede ser ingenua y en otros momentos es voraz en su daño. El daño (y el desconcierto) es el motor de explosión de la protagonista: una treintañera exiliada en Londres en busca de oportunidades (nada nuevo), sometida a los rigores de la precariedad (nada excepcional), compartiendo piso en un galpón de extrarradio marginal dominado por el islamismo (vieja estampa), volcada en justificar y alimentar su asco y dejarlo fijado en un diario. Cabezas cortadas suena a road movie por un puñado de calles. El deambular de una trabajadora precaria que convierte su autobiografía atascada en el fértil observatorio de una generación que intenta revivirse.

El diario de la treintañera María (nombre de la muchacha) es algo más que una minuta de incidentes: es un muestrario de desencantos donde no tienen sitio la alegría ni la dignidad. Todo se apuesta al desconcierto y al exceso. Pero esas páginas (un cuaderno de 50 peniques) encierran fuerza no por lo que dicen, sino por la construcción de lo dicho. Desde el discurso algo sobado contra la Iglesia («El catolicismo mediterráneo se construyó sobre la sospecha», anota), al sexo como amortiguación del tedio, la bisexualidad como alpinismo desde el que saltar al vacío, o esa mezcla de desengaño y dignidad que formaliza el desconcierto. También la conciencia agredida de una generación mal estrenada y peor remunerada, el afán de redención de los hermanos musulmanes desde una perspectiva de género y una ingenuidad que en sí misma provoca más distancia, el feminismo, la violencia machista, el amor como una lucha de clases, la soledad, el regocijo de sentirse caer lentamente y sin voluntad de remediarlo. El diario va derivando como una carta de suicida, como un vivo ajuste de cuentas. Cabezas cortadas es un salmo de autodestrucción que puede confundirse con nihilismo. Pero sólo es el relato de una dejadez, de una desidia, de una colisión, de una poderosa indiferencia. Despliega un realismo con una sobredosis de realidad compensada por una narración consistente, con momentos de enorme intensidad y un manejo riguroso del fraseo de orden poético, alucinado, casi a punto de desbocarse pero bien sujeto.

El collage de situaciones y su disposición en la página, a la manera de algunos poemas de Ashbery, también refuerza la novela. Así como el interés por escuchar a esa gente que se ha dejado de lado. La protagonista es, en parte, portavoz inesperada de una generación dominada por el desencanto; y, en parte, una ventana a un presente ciertamente hostil. La democracia que esa generación redescubre (a partir del 15M) viene predefinida por unos modales en los que ellos no encuentran espacio. Se sienten agraviados por una falta de consideración y desarrollan un complejo antagonismo burgués contra su misma condición burguesa. Y eso genera una impostura vital, social y narrativa.

La obra de Pablo Gutiérrez mantiene una tendencia hacia lo sociológico que aquí va impulsada por el más íntimo de los lugares de escritura: el diario, donde uno administra su intimidad. Donde el sujeto se desata ejerciendo (presuntamente) un máximo esfuerzo de presunta transparencia.

La voluntad de reclamar más luz para las periferias emocionales (para los espacios laterales de la Historia) también forma parte del timbre distintivo del escritor Pablo Gutiérrez. Porque escribir es asumir una posición en el mundo y ensayar una política que se ejerce en todas direcciones, algo que ya fue motivo de intervención en su novela Democracia (2012) y, de otro modo, en Los libros repentinos (2015).Cabezas cortadas es algo más que un ejercicio de idioma. Es poner a danzar las palabras con un ánimo de fidelidad política y social respecto al tiempo en que se fija. Y la poesía que genera es altamente explosiva en los mejores momentos, aunque en ocasiones también levemente hiperventilada. El mundo de María se concreta en sus enumeraciones, y no se limita a celebrar nada sino a agredir y agredirse con un sentido de realidad descompensado. Donde antes había caricatura y sarcasmo, Pablo Gutiérrez ha instalado un desasosiego que combate la creencia en un futuro potable o en una sociedad perfectible.

No se trata exactamente de la recuperación del No Future (lema punk de los 70), sino la confirmación de un cambio radical de paisaje para aquellos jóvenes que cuando comenzó la crisis tenían 20 años y aún se creían inmortales, avalados por el solsticio de un porvenir. Ya nunca será así. Y algunos, como María, escogen el sacrificio por oposición a lo externo. Su diario es eso mismo. Y esta novela es su diario. Las ideas y acciones destinadas a cambiar el mundo hace no más de tres décadas ya no configuran la Historia. Son reales y su realidad no debe de ser subestimada. Pero no determinan. Eso genera una enfermedad crónica: la nostalgia. Y contra eso también advierte Cabezas cortadas.

Sinopsis de Cabezas cortadas:

María se marcha al extranjero escapando de la mediocridad y el aburrimiento. Un cuaderno, un sueldo precario y un techo son todo lo que necesita. A su alrededor, brigadas de voluntarios persiguen a los inmigrantes, hay redadas nocturnas y suburbios donde no se adentra el hombre blanco. Atraída fatalmente por un deseo de destrucción, se guarece en el pasado y se adentra en una espiral de mentiras y autoengaños mientras vuelca sus recuerdos en unas páginas que pueden convertirse en un arma para cortar
cabezas.
Cabezas cortadas es una novela sobre una generación perpleja y vapuleada por la crisis, y sobre la ira y el desconcierto que sobrevienen cuando la juventud se agota y los sueños se desvanecen.

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