«Turandot» echa a volar

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El Teatro Real lleva la ópera al aeropuerto de Madrid para celebrar un acuerdo de patrocinio con AENA

La soprano Yolanda Auyanet empieza a cantar: «Signore, ascolta…». Unos metros más allá, una pareja corre apresurada. Parecería que no se quieren perder una sola nota de la cantante canaria. Falsa impresión. Pasan de largo ante ella y atraviesan con evidente prisa el muro que forman las pocas decenas de personas que contemplan la actuación. Seguramente, la pareja pierde el vuelo y corre hacia su puerta de embarque. La escena transcurre en el Aeropuerto de Madrid-Barajas Adolfo Suárez.

Pero, ¿qué pinta una soprano cantando un aria de «Turandot» en un aeropuerto? Es parte del espectáculo organizado para celebrar el acuerdo de patrocinio entre AENA y el Teatro Real, que firmaron ayer el secretario general corporativo de la entidad aeroportuaria y el director general del coliseo operístico, Juan Carlos Alfonso Rubio Ignacio García-Belenguer respectivamente. Los pasillos de la T-4 se convirtieron en un improvisado escenario en el que se ofrecieron varios fragmentos de la ópera que tiene actualmente en cartel el Real.

Quitar solemnidad

Una enorme fotografía del Palacio Real -no podía ser más adecuado el marco- servía de fondo al pequeño estrado donde la pianista Patricia Barton, principal maestra repetidora del Teatro Real, acompañaba a Yolanda Auyanet y al tenor británico David Butt Philip. El pequeño recital incluía dos arias de Liù -«Signore Ascolta» y «Tu che di gel sei cinta»- y dos de Calaf -«Non piangere Liù» y la celebérrima «Nessun dorma»-.

A Matabosch se le nota divertido ante la experiencia. «Todo lo que sea sacar la ópera de su hábitat natural, los teatros, para acercársela a un público no habitual -dice- es interesante. Es bueno quitarle solemnidad. Ver la reacción de la gente, sus caras de sorpresa… Y si se logra que a una sola de estas personas le entre curiosidad por ir al teatro ya es mucho».

Y la curiosidad, precisamente, es la que mueve a algunos pasajeros de las puertas de embarque vecinas a acercarse a escuchar. En la cafetería adyacente, los parroquianos no parecen inmutarse ante el espectáculo y siguen unos enfrascados en sus teléfonos móviles y otros absortos en sus cafés. Solo cuando Butt Philips entona «Nessun dorma» levantan la mirada. Alguno empuña el móvil y graba, como hacen también los pasajeros y el personal del aeropuerto que contempla el espectáculo, a los cantantes.

Las decenas de personas que han ido acercándose atraídas por la música de Puccini, transformado en un Hamelín aeroportuario, sonríen cuando escuchan las primeras notas del aria que Luciano Pavarotti popularizó (aunque decenas de tenores interpretaron antes que él). Es una melodía reconocible para ellos, y alguno incluso mueve los labios para cantar (en silencio) las notas postreras: «Vincerò! Vincerò!». El aplauso pone fin al espectáculo y baja el imaginario telón.

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