Dueño de un estilo único, su música influyó a grandes figuras como The Rolling Stones y John Mayall, y combinó de manera fantástica elementos de distintos géneros.
Malcom John Rebennack, la gran leyenda del blues y del rock nacida en New Orleans en 1941, mucho más conocido como Dr. John, murió de un ataque al corazón al amanecer de este jueves 6 de junio, a los 77 años, según lo comunicó su familia a través de las redes sociales.
«Integrante del Rock and Roll Hall of Fame, ganador de seis premios Grammy, compositor, productor e intérprete, su música fue una mezcla única que llevaba en su corazón a su ciudad, New Orleans, que siempre estuvo en su corazón», señala el comunicado, en el que la familia del músico agradeció a «quienes compartieron con él su viaje musical único».
Pero su viaje musical no habría sido único si no hubiera trascurrido en el marco de una vida intensa, que lo vio tocar el piano y la guitarra siendo aún un niño, para más tarde ser echado de la escuela por su aficción por las drogas y algunos pequeños delitos y entonces sí, asumir el rol de músico, que alternaba su arte entre los prostíbulos y los auditorios.
Vida rápida y furiosa, que a los 21 le costó un dedo por causa de un balazo, mientras defendía a un compañero de banda durante una pelea en Jacksonville, y que poco después lo llevaría a parar en la cárcel, cuando ya era un respetado sesionista que inclusive había tocado con figuras del R & B como Irma Thomas y Preffesor Longhair.
Una vez que dejó atrás sus tiempos de convicto en Fort Worth, en Texas, a los 24 años se instaló en Los Angeles para retomar su camino en la música. Para siempre. Pero no como todos.
Fascinado por el ocultismo, la magia negra y el vudú, Rebennack adoptó la identidad de Dr. John, luego de que su hasta entonces compañero de ruta Harold Battiste desistiera de la idea. El artista contaría en sus memorias que su creación fue inspirada por la figura de un doctor que vivió en New Orleans hacia mediados del 1800.
En ese plan editó en 1968 su primer álbum solista, Gris-Gris, en el que identificado como el «turista de la noche», combinaba su R&B con una alta dosis de psicodelia y un clima de conexión con un más allá para nada divino, y al mismo tiempo cautivante.
A partir de entonces, Dr. John forjó a través de sus siguientes trabajos una imagen que iba en perfecta sincronía con su música, que invocaba fuerzas de otro mundo y que invtaban a un viaje fantástico, a bordo de su piano y su voz, inconfundible, profunda, enigmática, hipnótica, que condena a quien lo escucha con atención a ser un verdadero pasajero en trance.
Una certeza: nadie que haya escuchado y visto aunque más no fuera por una vez a Dr. John puede haberlo olvidado. Para bien o para mal, su estilo fue nunca pasar desapercibido. Sello inalterable aún cuando se tratara de versionar a otros compositores, como lo hizo en 1972 en Dr. John’s Gumbo, en el que le puso su impronta a clásicos como Blow Wind Blow, Tipitina y Let the Good Times Roll.
Enseguida, en 1973, llegaría In The Right Place, el álbum grabado junto a The Meters, que abría con Right Place Wrong Time, uno de sus hits, que proyectarían su figura hacia las grandes ligas, donde zapó con The Rolling Stones en tiempos de Exile On Main St., metió teclas en un disco de Carly Simon y James Taylor y en otro de Neil Diamond, y participaba del debut discográfico de Rickie Lee Jones, mientras incrementaba su propia discografía y se encaminaba hacia unos ’80 que lo consolidarían como único en su especie.
También tocaría por entonces con The Grateful Dead, aparecería en el documental de Martin Scorsese The Last Waltz, y cada vez más su look, de sombrero y amuletos al por mayor, collares y anillos, plumas y calaveras, aumentaba su categoría de leyenda.
Dos discos de los ’80, Dr. John Plays Mac Rebennack y The Brightest Smile In Town (Dr. John Plays Mac Rebennack Vol. 2, y la certeza de que nadie que pase por ellos saldrá indemne de la experiencia de escuchar al pianista que habitó ese cuerpo a lo largo de 77 años que el jueves 6 de junio decidió no ir más allá. O tal vez haya decidido por fin hacerlo.
Para la década siguiente, Dr. John tenía planes con su ciudad natal, y los volcó de lleno en su Goin’ Back to New Orleans, en el que rescató el sabor local, a través de piezas propias y ajenas, algunas de ellas clásicas como Basin Street Blues, y por el cual se hizo acreedor de uno de sus seis Grammy. Y el mismo estilo, menos influenciado ue antaño por el vudú, sería el elegido para Afterglow, otra masterpiece de la época.
Los 2000, Dr. John los recibió con Duke Elegant, un tributo al gran Duke Ellington con maravillas como Mood Indigo, Solitude y Caravan, esta última abordada desde una lectura tan personal como atrapante, pero no apta para puristas.
El hombre también rindió, años mas tarde, su homenaje a Louis Armstrong, buscó la colaboración de Dan Auerbach, de The Black Keys, para el excelente Locked Down y grabó en Let Them Talk, el segundo álbum editado por Hugh Laurie, a la sazón, un cruce de doctores.
En 2003, Clint Eastwood convocó a Dr. John para su documental Piano Blues, un buen punto de partida para quienes se animen a penetrar un mundo musical fabuloso, diverso, fantástico. Si no, ahí están también sus discos; son muchos, y los que registró en vivo dan cuenta fehaciente de lo que el artista fue, es y, definitivamente, seguirá siendo.
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